Capítulo 2: Esperanza

    Tictac. Tictac. Joel abrió los ojos y permaneció acostado, escuchando en silencio el sonido del reloj que marcaba la hora en la cocina. Las manecillas generaban ese ruido desquiciante que comenzaba a resultar un completo fastidio.
    Tictac. Tictac. De todos modos guardó silencio. No quería despertar a Sara, ella necesitaba descansar el máximo de horas posible en los días siguientes, para así abandonar la ciudad con rapidez. Pero para ello era necesario hacer acopio de todas las fuerzas posibles, lo que a largo plazo sería decisivo, lo que después de mucho tiempo acabaría equilibrando la balanza de la vida hacia un lado (luz) o hacia el otro (oscuridad).
    El joven comenzó a recapitular los hechos ocurridos hasta el momento. Lo que les había llevado a él y a su novia hasta un punto de no retorno en el cuál las cosas se tornaban vacías y carentes de sentido. ¿Acaso vivir otro día más serviría de algo?
    No, claro que no. Pensó Joel, mirando fijamente el techo, como si más allá de él fueran a encontrar la libertad o la seguridad que aquel pequeño piso de poco más de sesenta metros cuadrados no les había proporcionado en todo ese tiempo. Después desvió la mirada hacia el rostro de Sara. Sus labios carnosos y rojizos dibujaban una mueca de disgusto, mientras los párpados que escondían aquellos ojos azules hipnotizantes temblaban cual terremoto de máxima magnitud.
    Está teniendo una pesadilla. Se dijo el joven para sus adentros, pero no fue capaz de despertarla, porque en aquel rostro apenas quedaban secuelas del insomnio que durante semanas había hecho mella en su salud, deteriorándola hasta un punto alarmante.
Sonrió, ya que ahora era él el que tenía problemas de salud, y más le valía cuidarse si no quería acabar convertido en uno de los tantos demonios andantes que pululaban a través de la ciudad, sin importarles lo más mínimo qué condiciones atmosféricas hicieran. Eso sí, por alguna extraña razón preferían la oscuridad de la noche antes de que la luz del día. Cosa que no tenía ninguna lógica...
    Súbitamente un grito acabó con la calma del amanecer. Joel dio un respingo que casi lo hizo caer de la cama, y Sara había dejado atrás la pesadilla de su sueño para adentrarse en la pesadilla que estaba teniendo lugar en la realidad.
    Ambos permanecieron en silencio, quietos, esperando un nuevo grito que no llegaba. Todo quedó nuevamente en calma, excepto los pensamientos de Daniel.
    Quedan supervivientes en esta ciudad. Pero están incluso más desesperados que nosotros. Ese grito no ha hecho más que confirmar lo que ya sospechaba. La muerte está mucho más cerca de lo que pensamos.
    Volvió la vista hacia Sara, esta le lanzó una mirada cargada de inseguridad. Pero él no se encontraba en una situación mucho mejor.
    – Nos iremos mañana al amanecer –Dijo en un tono de voz tan débil que parecía un susurro–. Debemos viajar al sur.
    – ¿Y luego qué? ¿Qué ocurrirá cuando lleguemos a la costa? –Preguntó Sara, expectante.
Joel miró fijamente aquellos ojos tan parecidos a la aguamarina, para luego acabar agachando la cabeza –. No es seguro que consigamos llegar al sur. No es seguro siquiera que consigamos escapar de la ciudad.
    – No puedes rendirte antes de empezar –Dijo la joven, al tiempo que su postura se recomponía–. Eso no es propio de ti. ¡Tenemos que ser optimistas! –El grito proveniente de la misma persona se dejó escuchar en la distancia, oponiéndose a las palabras de Sara, que terminó llorando, derrumbándose sin tan siquiera creer en sus propias palabras.
    – Aún no estamos muertos –Anunció el novio de la chica–. Aún hay esperanza.
    – ¡¿Cómo puedes decir eso de una manera tan cínica?! –Sara elevó los brazos mientras gritaba ya fuera de sí–. ¡No se trata de tener esperanza! ¡Eso es algo que ya no existe en este mundo! ¡Estamos jodidos, muy jodidos, y eso no lo va a solucionar la esperanza! ¡Lo único que podemos hacer es esperar el momento adecuado para escabullirnos del edificio como si fuéramos ratas, para huir de esos monstruos! –La joven se tranquilizó, pues sabía que gritar atraería a las bestias ya mencionadas–. Joel. No se trata de nada de eso. Estamos aquí, sentados, consumiéndonos lentamente y viendo cómo nos llega la hora sin tan siquiera tener una vía de escape –Se mordió el labio inferior, intento mantener una compostura casi deshecha –. Pero... no puedo más, estoy llegando al límite.
    ¿Cómo no me di cuenta antes? Pensó el joven, observando aquel rostro que un día fue hermoso y radiante, pero que ahora sucumbía a la más profunda negrura, a la de la desesperación. ¿Acaso creí que bastaba con encontrarse bien físicamente? ¡Por Dios! ¡Cómo demonios no me había dado cuenta antes! Se enjugó las gotas de sudor de su frente con la manga del jersey que llevaba puesto sin dejar de prestar atención a la inconcebible imagen que tenía ante él: la de su novia llorando.
    – No tienes el derecho a llorar de esa manera –Dijo él en un tono alto y claro–. Se supone que la fuerte de espíritu en la relación eres tú.
Sara soltó una carcajada.
    – Si Dios realmente existe, creo que se ha cansado de nosotros. Puede que tengamos que pedir ayuda a Batman o a Superman.
    Ambos comenzaron a reír, de forma histérica, ante la idea del desamparo total. Si realmente no había nada en la Tierra o el cielo que velara por ellos, estaban más que condenados al rotundo fracaso a la hora de llevar a cabo el plan descabellado que estaban tramando.
    Más nos vale creer. Pero no en ningún dios, a ellos no les debe importar en absoluto los asuntos de unos simples humanos. En estos momentos necesitamos creer en nosotros mismos. Es lo único que nos queda. Sara vio cómo Joel se levantaba, también pudo observar sus ojos centelleantes y por un momento volvió al pasado. Esa mirada que antes del colapso era algo frecuente en él; había desaparecido, llevándose una parte de su novio, a un lugar recóndito y apartado. Sin embargo, de alguna manera él había conseguido recuperarla, y eso la reconfortaba, porque sabía que Joel volvía a ser el de antes: un hombre que cuando se proponía algo, era capaz de luchar contra el mundo entero para conseguirlo. Esa era la persona de la que se había enamorado. Y por fin, después de tanto tiempo, volvía a estar con ella.
   Esbozó una sonrisa para sus adentros. Quizá debía replantearse su discurso anterior.