Capítulo 1: Batalla contra el tiempo.
Capítulo 1: Batalla contra el
tiempo.
Flavio contempló en silencio las
sombras que los edificios cercanos a su posición proyectaban, para
finalmente decidir que había llegado la hora de descansar y comer
algo antes de proseguir con la marcha.
Se descolgó la enorme mochila que
llevaba sujeta a los hombros y comenzó a rebuscar en ella algo de
comida que llevarse a la boca; la tarea le llevó unos cinco minutos,
pues tuvo que rebuscar entre toda clase de herramientas y objetos
varios que yacían desordenados dentro del macuto.
Sacó una enorme lata de sardinas y
tras abrirla sin esfuerzo alguno, devoró el contenido del recipiente
con las manos. Después de depositar la lata vacía en una pequeña
papelera que se encontraba en la cocina, se dispuso a abandonar el
apartamento. No obstante, un leve susurro hizo que se sobresaltara
antes de siquiera tocar la manilla.
Pasados unos segundos, advirtió que
el sudor empezaba a brotar a través de los poros de su piel.
Llevaba un rato esperando a que algo
sucediera. Pero nada. El ruido no se repetía, y todo permanecía en
un silencio absoluto.
Finalmente, con una mano sobre la
manilla de la puerta y otra sobre el objeto contundente que llevaba
en el cinturón de su cadera, abrió la puerta, dejando escapar un
leve chirrido casi inaudible.
De un salto abandonó la seguridad
de la vivienda para salir al pasillo del edificio. Miró velozmente
hacia ambos lados. Primero a la izquierda, divisando a lo lejos una
escalerilla que conducía a la planta inferior. Al girarse hacia el
otro lado sintió una punzada de dolor en su pecho; una de las
bestias olisqueaba con profundo interés el aire, como si estuviera
tratando de decidir qué hacer.
Flavio quiso sacar el hacha de su
cinturón y acabar con aquella cosa cuanto antes. No obstante, su
intuición le impedía realizar tal acción. Quizá hubieran más
monstruosas criaturas en el edificio. Llamar la atención mientras
luchaba acabaría por matarlo. Sólo tenía una opción: correr.
Y así lo hizo. Dando grandes
zancadas se impulsó hasta llegar a las escaleras. Las bajó de dos
en dos mientras escuchaba a sus espaldas un aberrante grito
proveniente de las entrañas de la bestia que momentos antes
olfateaba en busca de alguna presa. Al parecer ella también había
tomado una decisión.
El hombre continuó descendiendo
hasta llegar a la planta baja del edificio. El sonido de sus botas
alertó a una de las criaturas que trató de morderle en el
vestíbulo.
Flavio no tuvo ninguna duda, y usó
con extrema eficacia el hacha, decapitando de un golpe limpio a
aquella cosa. Sin detenerse y escuchando toda clase de gritos y
gruñidos salió a la calle, cargando su hombro derecho contra la
puerta de cristal de la entrada del edificio, haciendo que el vidrio
se fragmentara en mil pedazos y provocando también que muchos de
ellos acabaran incrustados en la piel del hombre.
Ni siquiera pudo concentrarse en el
dolor que sentía. Notaba cómo la sangre caliente recorría su brazo
malherido, deslizándose entre sus dedos hasta caer al suelo, pero la
adrenalina del momento le permitió proseguir con la marcha,
avanzando precipitadamente en medio de un mar de seres nauseabundos,
que trataban de darle caza mientras huía en dirección al bosque,
situado a las afueras de la ciudad.
Los gritos cesaron con la caída del
sol, y Flavio había conseguido zafarse de las criaturas justo antes
de que la oscuridad secuestrara el cielo. Mareado y tambaleándose
por culpa de la pérdida de sangre, se escondió tras uno de los
árboles de mayor tamaño de la zona. Se deshizo de los trocitos de
cristal incrustados en su brazo y trató las heridas con alcohol y un
par de vendas esterilizadas que llevaba en la mochila. A
continuación, habiéndose asegurado de que nadie ni nada se
encontrara rondando los alrededores, usó su enorme mochila a modo de
almohada. Después, cerrando los ojos lentamente, dejó que el sueño
se apoderara de él.
¿Y si realmente no se encontraba a
salvo? ¿Y si lo habían seguido hasta aquel lugar? ¿Y si no volvía
a abrir los ojos?
No pudo pensar en nada, pues antes
siquiera de poder valorar la situación con algo de objetividad
perdió el conocimiento, adentrándose en las tinieblas de la
incertidumbre.
Farid entornó los ojos para observar un diminuto punto que se movía con rapidez en la distancia. Con el paso de los segundos, el punto iba aumentando de tamaño, hasta que Farid pudo discernir lo que era; una de esas tantas criaturas que deambulaban ahora por todo el país, en busca de alimento.
– ¿Has conseguido arrancar ya el coche? –Preguntó un tanto inquietado.
– Estoy tratando de conseguirlo, pero no es tan fácil –Dijo Kaled, tratando de solucionar el problema que impedía al vehículo funcionar–. Puede que me lleve unos cinco minutos.
– ¿Cinco minutos? ¡No tenemos tanto tiempo! –Exclamó otra voz–. Esas cosas se acercan, van a acabar con noso...
– Deja que tu hermano trabaje en paz y llama a tu prima. Hay que acelerar todo esto, porque de lo contrario...
Nadira quiso protestar. No obstante, un grito proveniente de la lejanía impidió que dijera nada, además de eso, consiguió que se asustara y desapareciera al momento.
– Estará aquí en menos de dos minutos –Anunció el hombre subido a uno de los tantos vehículos desperdigados por la carretera mientras su hermano seguía intentando encontrar solución al problema.
– Si quieres que me dé prisa, no lo estás consiguiendo –Kaled se mordió el labio inferior mientras manipulaba el motor del vehículo. Creía haber encontrado el problema, y ya estaba terminando de solucionarlo. Pero... ¿que ocurriría si eso no era lo que realmente impedía el arranque del automóvil?
No pensó en ello, y una vez terminada la rápida tarea giró la llave para poder arrancar el motor. No funcionó.
– ¡Ya estoy aquí! –Exclamó Nadira.
– Entonces... ¿nos vamos ya? –La prima de la joven, un par de años mayor que ella, contempló en silencio cómo se iban acercando varias bestias a su posición. Sintió un escalofrío, pero no dijo nada.
Observó cómo su primo trataba de poner en funcionamiento el vehículo, sin éxito.
– Menos de un minuto –Anunció nuevamente Farid, esta vez en un tono fatalista impropio de él.
– Lo intento, lo intento –Las gotas de sudor comenzaban a acumularse en la frente de Kaled, exasperado por no poder conseguir lo que tanto ansiaba–. Vamos, ¡vamos! ¡Arranca de una maldita vez!
Finalmente, como si el automóvil hubiera decidido obedecer las órdenes del hombre, el motor comenzó a rugir, mientras que la familia, ansiosa por escapar del lugar, entró en el vehículo a toda prisa.
– ¡Sube, Farid! –Gritó Kaled mientras el coche empezaba a acelerar.
El hermano del conductor corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron, y mientras oía gritos inhumanos a sus espaldas saltó en la parte trasera del vehículo, ayudado por su prima.
– Ha sido un día emocionante, ¿no? –Dijo Ardah, con una radiante sonrisa en su rostro–. ¿Lo repetimos mañana?
– Oh, por favor, cierra la boca –Le instó Farid.