Prólogo: Bestias de otro mundo.

   Todo son problemas y ninguno de ellos desaparece. Al contrario, cuanto más tiempo pasa peor se vuelve la situación. Antes, cuando el tiempo aún era favorable, la esperanza de ser rescatados persistía. Pero en estos momentos en los que la nieve se amontona en las calles y las nubes cubren de forma permanente el cielo, nos hacemos varias preguntas:
   ¿Por qué seguir adelante? ¿De qué nos servirá sobrevivir al invierno? ¿Acaso encontraremos comida a tiempo?
Ojalá tuviera alguna respuesta a estas preguntas. Sin embargo, no es así, y por ahora lamentarse no nos llevará a ningún lado. En mi caso, aún tengo cosas importantes en mi vida que debo proteger.


   Joel levantó la vista de la hoja para posarla en el rostro de Sara, su novia. Ella leía a la luz de una vela un viejo libro. No había mucho que hacer, y al quedarse en casa uno podía morirse de aburrimiento fácilmente.
   Su rostro, sucio por la falta de cuidados, dejaba entrever unas marcadas ojeras que revelaban las pocas horas de sueño que había dormido en los últimos días.
   Son tiempos difíciles. Pensó Joel al tiempo que encendía uno de los últimos cigarrillos de su paquete. Pero debemos aguantar.
   ¿Por qué era necesario seguir existiendo un día más?
   Joel no se limitó a deshacerse de esa pregunta. Ser pesimista no le permitiría abrir los ojos a la mañana siguiente, y por lo tanto, no necesitaba pensar de esa forma.
   –¿Cenamos ya? –Preguntó el joven con su característica voz grave–. Dentro de poco oscurecerá.
   –No creo que pueda haber más oscuridad que ahora –Dijo Sara, cerrando en libro al tiempo que marcaba la página por la que había dejado a medias el escrito–. Por cierto, ¿qué hay para cenar?    –Esbozó una cálida sonrisa que hizo que por un momento Joel dejara de sentir frío en la habitación.
   – ¿A parte de las conservas rancias de siempre? –Se llevó el dedo índice al labio, como si estuviera pensando–. Una ración extra de frío invernal. ¿Te parece bien?
Sara hizo una mueca, pero se puso en pie antes de hacer nada más–. Bueno, tendré que conformarme con eso. Así que será mejor comer rápido para no congelarnos durante la noche. No quiero volver a repetir lo que ocurrió el otro día...
   Ambos se dirigieron a la cocina, lugar en el que tras terminar el contenido de uno de los botes de fruta en almíbar colocaron sus respectivos sacos de dormir: se trataba de la estancia más cálida de la casa, por lo que debían aprovechar al máximo el calor para así no congelarse durante las gélidas noches de invierno.
   – ¿Cuánto tiempo pasaremos aquí? –Susurró Sara, ya acostada, en medio de la negrura.
   – No lo sé, pero no creo que aguantemos otra semana más –Joel se sorprendió al escuchar sus propias palabras. ¿Tenía acaso el derecho a decidir cuándo abandonarían la seguridad del bloque de apartamentos? ¿Tenía el derecho a poner una fecha exacta al día en el que todo podría llegar a su fin? ¿Y si a Sara le acababa ocurriendo algo, tendría el valor para enfrentarse a lo que sucediera?
El joven comenzó a temblar, más por miedo que debido al frío.
   – No te preocupes, todo saldrá bien –Volvió a susurrar la joven–. Las cosas ya no pueden ir peor. Hemos tocado fondo.
   Pero eso no tranquilizaba a Joel. Dudaba que las cosas fueran a mejorar. Es más, parecía que el mundo conspiraba para evitar que las cosas le salieran bien.
   Sin querer tocar más el tema, cerró los ojos, intentado conciliar el sueño, aunque sabía que no iba a ser una tarea sencilla: de fondo, como si se tratara de una banda sonora que acompaña la escena, un leve pero constante murmullo provenientes de las calles se colaba en la vivienda. Un murmullo inhumano, que bien podría haber pertenecido a bestias de otro mundo. No obstante, esas bestias habitaban la Tierra, y se encontraban a escasos metros del lugar en el que ambos jóvenes intentaban dormir, aguardando a que el más leve sonido se dejara notar, para así comenzar con la pesadilla.